
Ayer, cuando terminé las clases y me dirigí a casa en autobús, entré en el habitual estado de coma inducido que hace que el trayecto sea algo más rápido entre la Escuela y mi casa. Casi siempre fijo mi vista en un punto que me da tema de conversación interno durante cinco minutos.
En una de estas búsquedas íntimas, mis ojos se clavaron en el cielo de vainilla que tapaba a mi ciudad. Recordé la película de este mismo nombre, que me obsequió con la capacidad de expresar con palabras la sensación que producen esas estampas, únicas de año en año.
Son muy afortunados todos aquellos que tienen la oportunidad de viajar por la vida encima de una de esas nubes perfectas, rojizas al tacto del sol. Me dan envidia porque ellos tendrán las mejores vistas del mundo, podrán viajar en su casa a cualquier ciudad lejana, tendrán luz en lo alto de su nube y oscuridad dentro de ella...
Pero, quizás, lo que más envidia me dé de las personas que viven sobre las nubes de vainilla, es su inocencia y la inconsciencia que les guiará por el camino fácil, haciéndoles sentir tan satisfechos como los que optamos por el opuesto.
jajajaj las titissss
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