25.4.10

Hace unos años, mientras paseaba con mi madre por una estación de tren, caí en la tentación de comentar las posibles mejoras de esa infraestructura, bajo el punto de vista de un crío de catorce años. Mi madre se sorprendió al recibir una larga conferencia inventada sobre accesos subterráneos a la estación, conexiones con el Metro y distribución de los espacios según su uso. Mi imaginación convirtió ese lugar en un intercambiador de transporte público de esos que algún día vi en Nueva York. La ilusión que me produjo el pensamiento de poder realizar esa obra en algún momento de mi vida convirtió a mi madre en la primera persona en etiquetarme: "Tú de mayor vas a ser arquitecto".


El tiempo fue escurriéndose, cada vez con mayor rapidez, por los últimos años de mi etapa escolar. A pesar de tener mi futuro académico cada vez más claro, a menudo me preguntaba la finalidad de mi carrera. La idea de dar el salto entre la juventud y la vejez entre planos, proyectos y maquetas no me llamaba la atención; más bien era la idea de crear un espacio perfecto para mi familia lo que me llevó a estudiar esta carrera.


Desde pequeño y por diversos factores personales he sentido una atracción incontrolable por los hogares americanos y británicos. Quizás los críticos de la Historia del Arte desprecian el estilo neoclásico por la connotación histórica que acarrea su construcción. La obra en sí es bella, pero encierra recuerdos de opresión clasista. Un ejemplo son las típicas casas parisinas, cuya guinda es la buhardilla que albergó durante siglos a la baja alcurnia de la sociedad, creando situaciones de insalubridad en pleno centro de la capital francesa. Una verdadera vergüenza ante los ojos de nuestra sociedad.


Sin embargo, desde el momento en el que abrí por primera vez un libro de Arte he querido vivir entre esos edificios. Todos me traen a la mente la sensación que produce el viento frío de las calles de Londres. La marea de piedra gris acentuada con la elegante lluvia convierte, sin duda, a la capital inglesa en mi ciudad romántica por excelencia.


Romántico empedernido, sueño con crear un espacio perfecto, donde las personas que lo deseen sean lo más felices que la vida les permita. Sé que puedo aparentar ser materialista afirmando que bloques de hormigón, ladrillo y vidrio puedan hacer sentir a alguien, pero el arte es así. Considero que la arquitectura puede crear la misma sensación que la música.





El problema es que me he encontrado con un gran bache en el camino, mi estancia en la Escuela de Arquitectura en la Universidad. Centrados en crear borregos que calculen estructuras, siento que mañana vuelvo a clase en el lugar erróneo. He aprendido las bases para construir una vivienda unifamiliar en un curso, una de esas que ves entre otras mil cuando cruzas autovías en climas secos. He aprendido a dibujar a ordenador y a mano, a orientar habitaciones y a conducir las aguas residuales hacia las arquetas.


Recordando todo lo que he aprendido me doy cuenta de por qué este año está siendo un bache: aún no me han enseñado nada. Tiempo al tiempo.

2 comments:

  1. He caido por casualidad en tu blog y me parece interesante lo que comentas. Yo creo que lo importante de la Universidad es que te enseñen a hacer esas cosas, por que a fin de cuentas es lo que necesitas como base para poder hacer todo lo que sueñas con hacer.
    Estoy totalmente contigo, yo también amo el estilo arquitectónico de los ingleses, me parece genial. En fin, no te preocupes. Dedicate a sacar jugo a la universidad y luego deja que tu imaginación fluya. No creo que a Calatrava o Zara Hadid le dijeran en la facultad: "Tu haz esos edificios ok? Son lo más convencional" Ellos arriesgaron y acertaron. Suerte con el blog y tus estudios!

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  2. No siempre aprendemos lo que queremos ni le vemos la utilidad a las lecciones en el momento en que las recibimos, pero la sabiduría siempre te será util en algún momento, aunque ahora te cueste adivinal cuál.

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